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lunes, 8 de febrero de 2010

TLALOC


Parece que nadie penso incluir en alguna de las doce uvas del fin de año el deseo de que lloviera, pero no tanto, solo tantito. Nadie le rezo a Tlaloc, nadie le dedico ofrenda alguna, y claro, llega un momento en que los dioses se enojan, se les acaba la paciencia y, en este caso, nuestro dios de los aguaceros , de los rayos, y de todo genero de tempestades nos mando un escupitajo que inundo varias partes del centro de la republica. Hubo muertos, hay desaparecidos.

Falta mucha prevision, mucha planeacion, no es una situacion atipica como dijo algun politiquillo de turno, los cerros se deslavan cuando llueve mucho, pero les dejan poner sus casas por modicas cuotas, no se construyen drenajes suficientes, la poblacion crece como los conejos y no hay infraestructura para cubrir las necesidades de tanta gente. Nadie hace nada que sea a largo plazo. Es mas facil que llueva al reves a que alguien haga algo.

Los antepasados aztecas imaginaban al dios de la lluvia habitando en la cima de la montaña de Tláloc, localizada en el pueblo de Huejotizingo, en donde erigieron un templo con su nombre. En el templo había una efigie de Tláloc y cuatro tinajas de barro, llenas de agua de diferentes clases. Sólo una de estas era benéfica para la cosecha, porque de las otras tres, una la pudría, otra la helaba y la tercera la secaba.

Todo por una uva.

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